Llevo varios días encontrándome piedras en los bolsillos de mi abrigo. A cualquier persona le parecería extraño, sin embargo, mi primer pensamiento al rozarlas con los dedos las mañanas de frío en las que meto las manos en los bolsillos es: Zoe.
Entonces una sonrisa se dibuja en mi cara y empiezo el día con el corazón bien rojo (como dicen en una de mis películas favoritas). Y es que mi hija recoge piedras en el patio de su colegio para mí. Lleva haciéndolo varias semanas. Las elige, se las guarda y a la salida del colegio las mete en mi bolsillo diciendo “esta para ti”. También recoge piedras para su padre y para ella misma.
Podríamos pensar “¿otra piedra más?, ¡no lo aguanto! Toda la casa llena de piedrecitas. ¡A la basura!”, pero la realidad es que, a mí, me hace especial ilusión. La sola idea de imaginar a mi hija escogiendo con cuidado el regalo que encuentra a su alcance día a día para mí, guardándolo en sus bolsillos como el mayor tesoro hasta la hora de la salida y su cara inocente al verme, llena de amor y nervios mientras me dice “tengo una cosa para ti, mamá” hace que mi corazón bombee diferente. Estos detalles aportan realidad a mi vida. Me llenan de amor.
Esto es el amor: encontrar piedras en mis bolsillos.