Soy madre mariposa, para los que están familiarizados con el término es fácil saber que es.
Una mamá mariposa es una madre que ha perdido a su bebé, que ha tenido que aprender a ejercer la maternidad sin la presencia física de su hijo.
Es un camino muy duro y lleno de incomprensión. Es muy difícil seguir siendo su madre cuando no hay un cuerpo que abrazar, tantos besos que quedaron por dar, tanto amor por compartir.
En mayo de 2010 yo estaba a punto de participar en una carrera de montaña.
Soy trail runner, y había estado mucho tiempo preparándome para correr una prueba maravillosa: La Transvulcania Isla de La Palma de 28 km y 2000m de desnivel positivo. Allí estaba yo en la salida, con uno de mis ídolos a mi lado, Marco Olmo, un señor de 70 años cuya filosofía y capacidad en la montaña es un ejemplo para todos.
Esa carrera la terminé muy bien, nada podía decirme que justo un año después del 4 al 11 de mayo de 2011, estaría en el hospital diciéndole adiós a mi querida hija Isabel y convirtiéndome en la madre mariposa que ahora soy.
Después de que mi hija se fuera, pasaron tres largos años de verdadero sufrimiento y dolor. Un camino de incomprensión, tabú y rechazo.
Me despidieron de mi trabajo. Tuve que soportar que gente muy cercana se alegrase de la muerte de mi hija, ya que sufría una discapacidad y claro, según estas personas, fue una suerte que se muriera. También tuve que soportar, como todas las mamás mariposa a mucho imbécil, diciendo frases hechas, e incluso aprovechando la debilidad del momento para atacarme a conciencia.
Al poco tiempo de irse Isabel me embarque en una FIV que maravillosamente salió bien, y así vino al mundo mi bebé arcoíris, mi querida hija Paloma.
Después de todo eso, dos embarazos, una muerte perinatal una FIV, depresión y tres años haciendo poco deporte, supusieron una devastación tal, que el recuperar mi cuerpo y mi mente se convirtió en una ingente tarea. Me toca recuperar mi peso, mi forma física, mis músculos, mi capacidad pulmonar y cardiaca. Ahora quiero que la recuperación de mi cuerpo, sea una representación física de miregreso como persona. Como un nuevo yo: “Cuando la oruga pensó que era su final, se convirtió en mariposa”.
El próximo 10 de mayo de 2015, coincidiendo con el cuarto aniversario del parto de mi hija muerta, voy a volver a ese camino.
Voy a salir de noche, con mi frontal en la cabeza desde el faro de Fuencaliente, voy a volver a subir esos 2000m de desnivel, veré amanecer subiendo la pendiente, pasare por los dos avituallamientos, Los Canarios y Las Deseadas, y cuando la gente mire mi dorsal para darme ánimos, gritarán su nombre, porque voy a correr con su nombre en el dorsal.
Cuando llegue al punto más alto, el Pico de Las Deseadas, dejaré una tarjeta con todas las palabras que nunca pude decirle y una bolsita con todos los besos que nunca pude darle, con la esperanza que esa altura, 2000m, sea paso obligado de los ángeles, lo vea y lo recoja.
Porque yo no se que hacer con todo eso, ni puedo dárselo a otra persona, ni siquiera a su hermana, porque era para ella y no he encontrado una forma mejor de dárselo, que subir hasta allí por mi propio pie y con mi propio esfuerzo.
Cuando cruce la meta en el Refugio del Pilar, sabré que lo he conseguido y sabré que por unas horas he estado mas cerca de ella y de su amor.
Que mis pasos me lleven uno a uno hasta ella, que cada esfuerzo en la subida me acerque más, que mis pasos me lleven a ti hija mía.
También quiero con el esfuerzo físico rememorar ese terrible parto en el que se fue definitivamente de mi lado, diciéndole esta vez un hasta luego a su alma, porque volveremos a encontrarnos, de eso estoy convencida.
En esta tarea tengo dos magníficos ayudantes, mis entrenadores Juan Martin en carrera yPablo Álvarez en entreno funcional. Ellos no lo saben pero los he elegido muyminuciosamente, porque cualquiera no puede participar en la tarea de prepararme para llevarle a mi hija las palabras y los besos. Ellos son los mejores para lo que yo busco y por eso están ahí conmigo. Aunque ellos creen que solo me están ayudando a correr una prueba, no son conscientes que eso es una tapadera, que el verdadero cometido es el de entregarle los besos y las palabras de amor a ella.
Que mis pasos me lleven a ti,
que mi corazón nunca se separe del tuyo,
que en mi vida no me permita ni un solo momento de no vivir en y por tu recuerdo,
que nunca me olvide que tu me hiciste madre,
que no pase un solo día en el que no lamente que no estés a mi lado,
que todo esto me sirva para ayudar a otras mujeres que les ha tocado pasar por la propia muerte sin morir,
que ojalá que cuando muera lo primero que sienta sea tu presencia y el amor incondicional que una tenemos por la otra.
Te querré siempre,
que mis pasos me lleven a ti princesa mía.
Y recuerda que tenemos una cita el próximo 10 de mayo de 2015, no faltes, mama estará allí.
Rocío Cuellar
Mamá de Isabel y Paloma
Y lo hizo. Cumplió su palabra y se entregó a la dureza del terreno y de su propia mente rota por el dolor en una carrera sin pausa. Tuvo compañía en su travesía, pero no os quiero adelantar a quién encontró en su camino. Os dejo la segunda parte:
Y mis pasos me llevaron a ella
Cargué mi camelback y los bastones, le di un beso a mi marido, me dijo “sé que lo vas a conseguir, nos vemos en el Refugio de El Pilar”.
Cerré la puerta de la habitación, eran las tres de la madrugada, di un paso y otro, comencé a abandonar la seguridad de mi familia, la comodidad de la mullida cama. Sabía lo que iba a hacer, estaba asustada, un paso y otro, uno tras otro, que mis pasos me lleven a tí pensaba.
El camino del duelo por la muerte de tu bebé es muy duro, es un desierto en el que no hay ninguna señal que te oriente y está lleno de depredadores, desde tu propia alma, familia, sociedad y entorno más cercano. Solo necesitas saber que tienes que seguir caminando, tener fe en que un día pisarás verde hierba, que no es la que tu querías pisar, pero es a la que te han dirigido tus pasos y tu periplo vital.
Llegó la guagua, nos subimos y en 10 minutos estábamos allí, en el faro de Fuencaliente, corrimos hasta uno de los laterales del Faro, hacía mucho viento y frio. Allí nos apretujamos unos con otros, terminé brazo con brazo con Helga, una austriaca que venía desde Salzburgo. En tres horas charlamos mucho, le conté porque corría y que llevaba banderas de otros bebés que se habían ido demasiado pronto.
Había decidido decir a todo el que se me acercase el porque de mi carrera. He decidido en mi vida que no voy a callarme respecto a este tema. Tengo dos hijas una viva y otra muerta y las dos son mis hijas y de las dos soy su madre.
Se oyó la señal de inicio de la carrera, a mi derecha estaba el mar, y las olas golpeando contra la orilla con dureza. Las olas era constantes, como al principio del duelo, que los tsunamis de dolor vienen de forma continua, casi no te dejan recuperarte de una a otra, así era como estaba el mar. Comencé a correr, una serpiente multicolor de frontales y luces rojas llenó la montaña, me dije a mi misma, Rocío tranquila que hay que llegar.
Empecé a subir la pendiente a buen ritmo, no me pesaban las piernas, se nota todo el entrenamiento dirigido por Pablo Álvarez. Cuando me di cuenta había llegado al avituallamiento de Los Canarios en muy buen estado, iba cumpliendo mi promedio para llegar en tiempo a la meta.
La gente comenzó a gritarme a vitorearme, a animarme, yo les di las gracias a todos y les lancé un beso. Un voluntario con una pipa en la boca me miró con cara de risa y me dijo “eres la última”, y no, no lo era, pero no le contesté.
He decidido no dejarme influir más por las palabras de la gente que no me respeta. He decidido en mi vida que a quien no le interesa mi hija muerta ni mi duelo, no le intereso yo y que por tanto son personas que no quiero a mi lado.
Bebí agua, rellené mi camelback, recibí mucho ánimo de todas las personas que estaban allí, se me acercó Patricia, me dijo algo que no recuerdo que fue.
En el camino del duelo encuentras personas que te tienden una mano, que sienten tu dolor como suyo y te prestan su hombro para que te apoyes en él y puedas mantener tus rodillas derechas por el peso de tanta desgracia.
Seguí mi camino, muy bien, encaré las pendientes mucho mejor que en 2010. Iba muy feliz, sentía a mi hija conmigo, ella venía como brincando a mi lado, yo iba cantando, hablando con ella. Fue muy hermoso pasar todo ese tiempo solo con ella. Igual que cuando me quedo un día entero con mi hija Paloma. Esas horas eran para Isabel, ella había venido, estaba conmigo y ahora sé que ha venido para quedarse. Porque ahora soy capaz de verla con los ojos del corazón, y no de la cara, una paz inundó mi alma.
Finalmente mis pasos se habían encontrado con los de ella y seguíamos las dos presurosas, montaña arriba, entre los pinos y el picón, celebrando nuestro reencuentro. Lloré de emoción ¿sería que había dejado de atravesar el desierto?, ¿sería que finalmente había concluido mi duelo?, ¿sería que había conseguido transformar el dolor en amor?, ¿sería que finalmente nos habíamos encontrado?.
Saludé a un señor muy amable y me preguntó si necesitaba agua o algo, le dije que no, que iba muy bien, le conté que corría por mi hija Isabel, que hacía cuatro años que se había muerto y que este era el funeral que no le había dado.
Seguí subiendo, pasé un puesto de Cruz Roja, volví a encontrarme a Patricia. Patricia Etxenagusia, aparejadora de Durango.
Se había sentado a tomar algo, hablé con ella y me preguntó si era la corredora escoba. Pensó que era la corredora escoba porque me había escuchado cantar y hablar en voz alta. Me reí, le dije que no y pensé que tal vez creía que estaba loca. Me dijo que era vasca y entonces yo le dije que ser vasco y buen montañero que no tenía mérito, que era como ser negro y correr bien, y nos volvimos a reir.
Patricia se quedó sentada y yo proseguí. Me adentré a mas altitud, comenzaron a desaparecer los árboles, comencé a subir una pendiente muy pronunciada, muy larga, con arena suelta y tierra volcánica, muchísimo calor y ralenticé el paso.
Creía que no iba a llegar, me había quedado sin fuerzas, mi cabeza no pensaba bien. Iba contando los pasos de cien en cien. Mucha gente que iba delante mía comenzó a retirarse, con vómitos algunos, otros cansados. Y pensé, Rocío afloja que tu idea es llegar. Ralenticé más mi paso, ya casi no me entraban los geles, pero no podía dejar de beber agua, lo peor era deshidratarme, mi estómago estaba un poco afectado por todo.
Hay momentos en el duelo por un hijo que te sientes igual, que sientes que no puedes más, que estás de rodillas ante la vida. Sientes que vas a abandonar, que no tienes motivos por los cuales seguir. No hay señales, solo los depredadores de tu mente.
Entonces apareció Patricia de nuevo. Algunas veces en el camino del duelo, cuando crees que no puedes más, una mano amiga, otra mujer, otra madre, como Patricia Etxenagusia, aparece de la nada y te ayuda a seguir adelante.
Ella me comentó algo acerca del calor y la dureza. Yo le dije que había que llegar arriba porque tenía que dejar unas banderas y ella me preguntó que si lo que iba a hacer era una especie de promesa o algo así. Le dije que si, que si lo hacía yo era como si lo hicieran las otras mamás. Y entonces se volteó hacia a mí y me dijo que si era así que me acompañaba para que no fuese sola, porque le había convencido mi idea.
Así sin más, es como hace la gente que te ayuda en el camino del duelo, así sin más se ponen a caminar a tu lado y te dirigen por un camino sin señales.
A partir de ese momento sabía que llegaría y sabía que mi Isabel me había mandado a Patricia para acabar mi carrera. A partir de ese momento todo fue más fácil, sabíamos ya que íbamos bastante fuera de tiempo, pero no nos importaba.
Un poco más adelante me paré, tenía que cambiarme. Es curioso pero siempre tengo problemas con que se me adelanta la regla y ese mes precisamente se me atrasó y fue ese mismo día el que mas sangré, igual que en ese parto, cuatro años antes, ese mismo día, mi cuerpo sangraba porque ella se había ido. Ahora sangraba recibiéndola, porque ya siempre estaremos juntas.
Seguimos mi inseparable Patricia y yo caminando, llegamos al avituallamiento de Las Deseadas. Fueron todos amabilísimos. Un señor nos dijo que estábamos fuera de tiempo, que solo quedaba media hora para que cerrase la meta y que aún nos quedaban 7 km. Le dijimos que queríamos continuar, le contamos cual era nuestra misión y se conmovieron.
Es muy bonito encontrar a buena gente en el camino de tu duelo, yo los encontré durante la carrera. A la buena gente también le pasan cosas malas.
Me encanta esa frase de Bruce Lee que dice:
“Esperar que la vida te trate bien porque eres buena persona, es como esperar que un tigre no te ataque porque eres vegetariano”.
Proseguimos nuestro camino, subimos la pendiente que separa el avituallamiento del alto de Las Deseadas, y una vez en la cima, no era igual que cuando yo subí hace cinco años, era diferente. No estaban los postes donde yo quería dejar la bandera. Avanzamos Patricia y yo para ver un buen sitio. Y entonces lo vi. Un punto geodésico.
Unos días antes de la carrera Georgina González, una madre mariposa valiente, me escribió desde México. Había tenido un sueño conmigo. Que llegaba a una explanada y que no llevaba prisa, que estaba feliz y tranquila, y que dejé allí las banderas. Y así fue, estoy convencida que mi Isabel me dio un mensaje a través de ella, porque así mismo fue.
Puse las banderolas de mi hija, de todos los bebés que llevaba conmigo, confeccionadas por sus madres, hermanos. Y sentí que estábamos pulverizando el silencio, pensé que les estábamos haciendo justicia y prometí que nunca daría un paso atrás en esta lucha.
Lo demás ya lo conocen, bajé desde Las Deseadas al Refugio de El Pilar tranquilamente, junto a Patricia. Cuando llegamos a meta, estaban allí el marido de Patricia, mi arcoíris y mi marido.
Crucé la línea de chips, y pasé por debajo del arco de meta, había llegado, así sin pena ni gloria. Estaba rota, pero con mi alma llena de amor, y con la sensación de haber cerrado un bucle.
Le estaba contando a mi marido que habíamos dejado las banderas en la cima y entonces una mujer de la organización, me agarró la mano, con sus ojos llenos de lágrimas y me dijo “ya se quién eres” y en su mirada lo entendí todo.
Devolví el chip, me senté, hidraté y comí algo. Abracé a mi arcoíris.
Decidimos llevar a Patricia y a su marido al hotel, después de todo es lo menos que podíamos hacer después de lo que había hecho ella.
Mientras nos dirigíamos al coche, cruzando la carretera, una mariposa naranja y marrón vino a verme.
Me acordé de la de preciosa frase de René Trossero:
“No te mueras con tus muertos; muÉstrales mas bien, que como el árbol podado en el invierno, lejos de morirte, retoñas vistiendo tu desnudez, devolviendo frutos por heridas”
Miré la mariposa, no le dije nada a nadie, pero yo sabía que era una señal, eso significaba que había salido del desierto, que estaba pisando hierba verde. Significaba que mis pasos me habían llevado a ella, que mi corazón ya nunca se separaría del suyo, que siempre seria su madre aunque no pudiese abrazarla como a su hermana.
Significaba que había llegado a meta, significa que mi alma puede descansar, significa que siempre, siempre estaremos juntas, y que solo la muerte, podrá unirnos más.
Significaba que finalmente mis pasos me habían llevado a ella.
A los pocos días de regresar de La Palma, pedí cita con un osteópata. Le pedí que me rectificase el coxis, que estaba torcido desde el parto de Isabel.
No había querido ir antes, porque ese dolor físico era lo único que me quedaba de ella.
Entré en la consulta y salí de allí con mi coxis en su sitio y sin dolores.
Porque al final del camino y después de todo, mi hija nunca ha sido dolor, sino amor.
El amor más grande que puede haber en el mundo, que me hace atravesar montañas y regresar desde el infierno para renacer siendo una mujer diferente.
Y sobre todo para hacerle el mejor regalo a mi bebé estrella y a mi familia y a mi misma, ser feliz a pesar de que ella no está físicamente.
Que mis pasos me lleven a ti, que mi corazón no se separe del tuyo, ahora sé que lo he conseguido.
Quiero volver a agradecer a Rocío el que compartiera con otrxs su historia, y su generosidad al portar con ella mensajes de otras familias para sus bebés. Es impresionante. Sigo vibrando con estos relatos hoy.
Y ahora vuelvo al comienzo de la reflexión en este post, y es que cuando leí la historia de Rocío sentí que la letra que escribí para «Nuestro lugar» cobraba de pronto total sentido. La canción que compuse en relación a la pérdida de un hijo/a habla de trazar un camino de vuelta a la vida guardando el recuerdo de un hijo/a que ya no está en un lugar propio y especial.
Rocío trazó su camino de vuelta físicamente, paso tras paso… un camino conocido, que trazó una vez antes de pensar si quiera en ser madre. El camino de vuelta para cerrar su duelo la llevó muchos metros por encima del mar para acercarse a su hija Isabel y dejarle en ese lugar todo el amor que guardaba para ella.
Rocío, hoy comparto de nuevo esta canción y te la dedico amorosamente desde Madrid.