Ya está. Ya se cierra el ciclo de LA SAL en Verkami.
Este fin de semana lo he dedicado por completo al empaquetado de recompensas, esas que tanto se han hecho esperar pero que ya no lo van a hacer más. Esas que viajarán a vuestros hogares, mecenas, con el placer que siempre conlleva recibir un paquete en casa. No quiero repetir en este post lo que ya he contado en redes, así que podéis ver cómo fue el proceso-locura de empaquetado aquí.
Esta carta no es otra factura de luz o gas, ni publicidad engañosa, no: es música, ni más ni menos… Es entraña. Es la voz de este cuerpo mío que albergó otro cuerpo y ahora no es ni el primero ni el segundo, sino otro diferente, que se escucha más, que se respeta más, que se cuida más… Un cuerpo ungido en sal por las lágrimas vertidas durante la maternidad que tanto tiempo retuvo sin saberlo.
Salvaje y bruta maternidad. Y dulce y punky y bella y doliente y agotadora y maravillosa y sanadora y… tantas cosas.
Siento que cerrando el proyecto de LA SAL se cierran al mismo tiempo heridas abiertas por años, se rompen herencias no elegidas y cadenas y sogas. Con esta etapa cerrada se puede abrir otra que nadie sabría decir qué dirección va a tomar pero no importa, eso es lo de menos. Lo de más es que se abre, sin miedo. Eso es lo único importante.
También siento que se cierra el círculo que alberga el propio proyecto de Cantando a mamá: Un disco luminoso, «Theta» y un disco que abraza las sombras, «LA SAL». Dos caras de una misma moneda, la maternidad, con millones de matices y contradicciones que esta sociedad nuestra se empeña en invisibilizar, en distorsionar con imágenes ficticias, con poses absurdas, con cánones en los que ninguna de nosotras cabemos. NINGUNA.
Y sin embargo, aquí seguimos las madres, las mujeres, a un palmo sobre el suelo desempeñando nuestra revolución silenciosa, una que empieza a hacerse audible pero aún indescifrable para muchxs, para algunxs incluso sigue siendo un torpe balbuceo que nada de importante tiene que decir e ignoran con esa excusa la llamada. Pero aquí seguimos. Siempre bajo manta, ejerciendo el poder de sabernos dadoras de vida, creadoras de oro líquido, abrazadas semidesnudas a nuestras criaturas en una atmósfera marciana de catexia libidinal (como explica Casilda Rodrigáñez), atravesadas por emociones indescriptibles y por nuestros propios límites, dejándonos llevar por la sabiduría de la dualidad de la vida con sus ciclos y contradicciones, anárquicas, agresivas, amorosas y en definitiva: humanas.
Somos la mitad de la población. Pero somos más que eso. Mucho más. Y nos necesitamos las unas a las otras para sobrevivir, apoyarnos, validarnos, darnos voz. Porque nuestra voz es importante y muchas veces ni siquiera nosotras mismas nos dejamos decir.
Escúchate y escúchala. Y si te nace, si sientes el impulso: coge aire y canta.