Esta mañana, al acariciar a mi hija la espalda con la palma entera de mi mano, he revivido su sensación: una mano enorme cubriendo toda mi espalda desde las nalgas hasta el pelo de la cabeza… No sólo me ha ocurrido hoy, realmente me pasa muchas veces y no solo en ese caso. También experimento la sensación de bienestar total que tiene ella cuando se siente cansada y se arropa con el edredón en la cama para prepararse para dormir y esboza una sonrisa de puro placer; o cuando le entra la risa floja y parece que se desvanece drogada por las endorfinas sobre mi pecho… Siento el continuum de la vida al verla, me contagia su experiencia y la hago mía también.
¿En qué momento nos hemos apartado de ese continuum? ¿Por qué el placer de la vida misma no lidera mis impulsos hoy?
El otro día de camino al trabajo, vi a un niño de unos cuatro años buscando la mano de su padre para caminar por la calle y una pregunta me asaltó sin permiso: ¿En qué momento dejé de necesitar la mano de otros para caminar por mí misma? ¿Cuándo mi mano dejó de ser agarrada para, por el contrario, convertirse en firme sostén de otros?
A veces siento que sigo siendo esa niña a la que le acariciaban la espalda entera con una sola mano, y otras, me sorprendo a mí misma secando las lágrimas de las mejillas de mi hija y susurrándola «estoy aquí». Oscilo entre sentimientos de nostalgia y orgullo constantemente pero no consigo entender hacia dónde me llevan estos sentimientos encontrados. Supongo que es otro enigma al que me quiere someter la maternidad, ésa que no hace más que hacer evidente una y otra vez la ruptura conmigo misma, haciéndome volver a experimentar sensaciones olvidadas para aceptar las nuevas con coherencia y madurez.
Lo único que se me ocurre es seguir abrazando la transformación.
Aún dando todo el amor del que somos capaces a nuestros hijos, seguimos necesitando sentirnos amadas y mimadas (¿por qué no?) Yo creo que no se trata de rupturas, más bien de ampliar el círculo de amor.
Yo pienso que sigo necesitando esa mano, no se si me reconforta más a mi o a los niños, pero el placer que me produce es inmenso. Me has animado a fijarme con esmero en qué me proporciona placer, seguro que lo saboreo más.
Un abrazo!
Espero que tu búsqueda del placer de frutos, amiga. ¡Un abrazo!