La importancia de los relatos de parto

Mucho antes de quedarme embarazada sentí el deseo de ser madre. Seguro que sabes de lo que estoy hablando. Y disfrutaba leyendo cualquier relato de parto que caía en mis manos. Era feliz visualizando en mi mente a esas mujeres pariendo e imaginando cómo sería el día en el que mi hij@ decidiera nacer.

Agradezco enormemente a cada mujer que quiso compartir su parto, que me invitó a acercarme a su intimidad, que me ayudó a focalizar un parto en salud. Gracias, en gran parte, a esos relatos que leí, yo tuve el parto que tuve; porque sentí conmigo a cada una de ellas ese día. Cuando una mujer comienza su trabajo de parto y está conectada con su cuerpo y sexualidad, siente la fuerza de todas las mujeres que se empoderaron en el suyo.

Aquí os dejo mi relato: una gota más para agrandar el inmenso mar que nos une a todas.

EL MEJOR NACIMIENTO PARA MI HIJA

Cuando supe que estaba embarazada mil emociones recorrieron mi cuerpo: alegría, duda, miedo, euforia, ternura… y mil preguntas llenaron mi mente. Una de ellas fue “dónde y cómo parir”. Siempre imaginé un parto respetado donde mi hija y yo estuviésemos en paz y conexión para hacer un buen trabajo en equipo llegado el momento. Durante todo el embarazo me empapé de toda la información posible acerca del proceso fisiológico del parto, visioné partos respetados y leí todo relato de parto positivo que caía en mis manos. A través de la asociación El Parto Es Nuestro (a la que pertenezco desde hace año y medio), recibí toda la sabiduría y experiencia del resto de socias así como información veraz basada en la evidencia científica.

No quería correr riesgos en mi parto. Para mí era importantísimo conocer de antemano al equipo que me iba a asistir y elegir el lugar más respetado y seguro  para el recibimiento de mi hija. Ese lugar era mi casa, nuestro hogar.

Algunas personas a las que les conté que pariría en casa me decían “qué valiente”. No entendía muy bien que ser valiente significa decidir algo por ti misma de una forma consciente e informada, valorando los riesgos y decantándote finalmente por la opción más segura. Hubiera sido mucho más valiente por mi parte, desde mi punto de vista, ponerme en manos de cualquier “ginesaurio” desconocido que bajo un protocolo X de un hospital público o privado quisiera otorgarse todas las medallas al realizar una satisfactoria extracción vaginal, o (inne)cesárea, o parto instrumental con su consiguiente episiotomía.

Con la idea de parir en casa emprendí la búsqueda de un equipo cualificado de matronas que asistieran partos domiciliarios. Y en esa búsqueda topé con Anabel Carabantes. Desde el primer momento supe que sería ella la persona idónea. Tuvimos tiempo de conocernos a fondo durante el embarazo, asistiendo a los utilísimos talleres que imparte en el centro de Madrid junto a su equipo (Paca y Aythami). Creamos lazos y una relación de confianza, para mí fundamentales (estas personas entrarían en mi casa y me acompañarían en el momento más importante de mi vida hasta la fecha).

Y el momento llegó.

Zoe quiso nacer un 6 de abril. Yo llevaba con pródromos desde hacía dos semanas y cuando expulsé el tapón mucoso el día anterior por la tarde, pensé que era otro paso más en el lento ejercicio de preparar el terreno. Pero esa noche, sobre las seis de la madrugada me levanté al baño y vi sangre en mi ropa interior. Llamé a Anabel y me dijo que me relajara, que estaba borrando el cuello del útero y que esto solía ir para largo, que me fuera a dormir y si notaba alguna contracción fuerte la volviera a llamar. Así hice, y a pesar de despertarme el dolor de alguna contracción, no la consideré tan fuerte como para molestar a mi comadrona.

Entonces a las ocho de la mañana algo me despertó. Noté un leve chasquido dentro de mí que me hizo romper aguas. Ahí pensé “qué guay”. Fui al baño y vi que tenía empapado todo el pantalón del pijama. Así que llamé a Anabel: “creo que he roto aguas”, “pues enhorabuena, estás de parto. En media hora estoy allí”. Miré a mi chico y sonriendo le dije “estoy de parto”. A continuación mandé un whats app a mi hermana con el mismo mensaje que tardé como cinco minutos o más en escribir.

Yo estaba muy consciente, de hecho empecé a pensar en todo lo que había preparado: la música, las piedras, la bañera, el vestido con el que quería parir… pensé “voy a ponerme las lentillas” y aunque lo intenté no pude, porque en cuanto venía la contracción solo podía centrarme en respirarla, no existía nada más en el mundo que esa sensación de apertura. Mi chico utilizó la adrenalina que le corría por las venas para recoger y limpiar un poco la casa antes de la llegada de Anabel, algo que agradecí enormemente porque me dejó espacio para estar conmigo misma y conectar con Zoe.

Entonces me dí cuenta de que la cosa marchaba, las contracciones cada vez eran más seguidas y efectivas. Yo visualizaba el camino que iba haciendo mi hija dentro de mi, mientras paseaba por casa y me agachaba de cuclillas agarrada a cada radiador de pared, mesa, sofá, pelota… cuando me invadía la contracción. Aún así, era muy llevadero y completamente soportable. Sí es verdad que cada contracción me dejaba más cansada que la anterior, incluso recuerdo alguna que me hizo temblar las piernas.

En algún momento, entre contracción y contracción, pensé “me quiero dormir. Tengo que tumbarme” y así lo hice, me fui a la habitación y me tumbé de lado en la cama. Cuando venía la contracción me tiraba al suelo como podía para colocarme de cuclillas agarrada a la mesita de noche y así respirar mejor cada ola de dolor. En una de esas apareció mi comadrona querida. Al verme subir y bajar de la cama me aconsejó ponerme a cuatro patas o apoyarme sobre unos cojines en la cama, pero a mí me daba una pereza tremenda cambiar de postura. Yo quería datos y le dije “quiero saber de cuanto estoy, Anabel”. Me hizo un tacto aprovechando un descanso pero aguantó durante la contracción (cosa que me dejó baldada de dolor), me pidió perdón y me dijo “perdona, pero quería asegurarme. No te lo vas a creer: ¡estás de ocho tía!”. En ese momento olvidé todo el cansancio y la adrenalina se apoderó de mí. Tenía unas ganas tremendas de empujar. Mi chico y Anabel empezaron a colocar los plásticos de pintor y los protectores sobre la cama, haciéndome rodar de un lado para otro entre contracciones. La cosa iba muy muy rápida.

La fuerza que sentí con cada pujo es algo indescriptible. Mi cuerpo iba solo, yo únicamente focalizaba la energía hacia abajo y de mi boca salían sonidos que desconocía hasta ahora. Pensé en fuerzas de la naturaleza como terremotos, tsunamis, volcanes, tornados… todo aquello rugía en mi interior y hacía que mi hija y yo nos separáramos violentamente. Recuerdo que incluso en algún momento grité «me voy a morir», porque en parte parir resulta tan desconocido y brutal como la muerte. En contraposición, entre cada contracción sentía un placer inmenso. El cóctel de oxitocina y endorfinas hacía su trabajo y me mantenía en un estado entre consciente e inconsciente que no había experimentado jamás.

Fueron cinco pujos: dos preparatorios, donde poco a poco fueron asomando las melenas rojas de mi pequeña. El tercero hizo que Zoe sacara su cabeza, dejando todavía su cuerpecito mojado dentro de mí. En el cuarto pujo dudé si había tenido una niña o un pez porque su cuerpo resbaló como una colita de pescado y me hizo muchas cosquillas. Nadie tiró de ella, nadie le ayudó a salir. Quedó tendida sobre la cama y empezó a respirar como si lo hubiera hecho nueve meses atrás. No lloró nada.

Yo no podía ni incorporarme, solo decía “mi niña, mi niña”, así que Anabel la cogió en brazos y me la dio todavía desnuda y llenita de vérnix caseosa. La sostuve en mi regazo, piel con piel y abrió los ojos. Esa mirada la tengo grabada a fuego en mi mente. No la olvidaré jamás.

El quinto pujo fue el alumbramiento de la placenta, que salió toda gordita y bien sana.

Parto en casaFue un parto que duró dos horas y media desde que rompí la bolsa. Sin drogas, sin intervenciones médicas, donde mi periné quedó intacto tras el parto. Con asistencia profesional, acompañada de quien quise y arropada por quien amo. En mi hogar.

Mi hija nació con dignidad, como se merecen todos los niños del mundo; y yo fui tratada con enorme respeto en mi parto, como merece cualquier mujer.

Siempre imaginé que sería un parto de noche, con música, muy tranquilo, quizás en la bañera… Y sin embargo fue a la luz del día, fugaz y brutal. Y es que mi hija tuvo el mejor nacimiento. Tan bueno que, claro, era difícil de imaginar.

Estoy deseando conocer tu historia. Cada relato de parto nos hace crecer como mujeres y madres. ¿Te animas a compartir tu relato?